Una vez establecido el pequeño Oratorio Público y celebrada la primera misa en estas tierras Alajuelenses, se debía proceder a dotar con lo mínimo necesario para poder seguir celebrando en los días festivos, la Santa Misa, por eso y ante la muy palpable realidad socioeconómica que vivían muchas de las almas que habitaban los cincos barrios es que Monseñor Tristán, compadeciéndose de estas personas, dona lo necesario para que se siga celebrando decentemente el Sacrificio de la Santa Misa.
Foto del Plano de Villa Hermosa 1795 - 1835
Dentro de las cosas que donó, se puede mencionar, un cáliz, casullas y piedra de ara, además les advirtió a los vecinos, sobretodo a los principales de los cinco barrios, que tenían la obligación de pagar al menos la limosna de la Misa y mantener al Sacerdote el día que viniera a decirla, además de la Cera (Velas), Vino y Hostias.
La forma de organización para poder solventar los gastos entre todos, fue la siguiente: calcularon que al año, como máximo tendrían noventa días la Santa Misa y que por común acuerdo ...
"... se ha conbenido en pagar la limosna de cada Misa á dos pesos de plata y que con ellos se mantenga al Padre Sacerdote que venga á decirla, y contribuir con veinte pesos para la Cera, Vino y Ostias, que todo asciende á la cantidad de doscientos pesos de plata, los que repartidos entre las doscientas sesenta y ocho casas y familias, por menos de la limosna de un peso, consiguen todas, este grandísimo beneficio... [3]"
Es sin lugar a dudas el deseo de una población necesitada del auxilio espiritual del cual estuvieron privados por muchos años, lo que hizo que se organizaron para poder de a pocos ir formando en La Lajuela su centro para oír Misa, la Santa Doctrina y compartir la fé.
Lo que tenían por el momento era un pequeño oratorio, pero tanto Monseñor Tristán, el Padre Del Corral y los mismos vecinos, visionaban el poder levantar una Iglesia que funcionara como ayuda de parroquia a Villa Vieja. Por lo cual, además de todas las ayudas, aportes e intervenciones del Sr. Obispo, este fue más allá y les compró a estos pobladores algunas tierras y una casa para que funcionara de motivación y espacio físico para los cercos, lonjas y cementerio, de esa Iglesia, que en algunos años iban a levantar con mucho esfuerzo.
Es por esto y por mucho más, que a Monseñor Tristán, Costa Rica, le debe muchísimo; su entrega, su desprendimiento, sus donaciones, sus aportes económicos, pero sobre todo la caridad y el amor por el más necesitado, es sin duda el testimonio más fiel de un pastor que no deja atrás, a sus ovejas. Manifestó en algún momento este Obispo:
...Me empobrecÍ para toda mi vida; pero con mucho gusto mio...
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[3] Editorial Costa Rica (1976). Asentamientos, Hacienda y Gobierno: Nicoya y el Golfo, Cartago y Valle Central, Gobierno y Constitución. León Fernández.